22 TEXTOS (DEL LIBRO LA VANIDAD DE LA SOBERBIA)

En 2016 salió el libro La Vanidad de la Soberbia de Armando Uribe Arce, publicado por Catalonia.

La portada:

En la página 9 se lee [transcribí la letra manuscrita para mayor claridad]:

En la página 33 se lee:

En la página 40 se lee:

En la página 43 se lee:

En la página 57 se lee:

En la página 58 se lee:

En la página 59 se lee:

En la página 63 se lee:

En la página 68 se lee:

En la página 70 se lee:

En la página 79 se lee:

En la página 85 se lee:

En la página 86 se lee:

En la página 90 se lee:

En la página 93 se lee:

En la página 94 se lee:

En la página 110 se lee:

En la página 114 se lee:

En la página 117 se lee:

En la página 5 de la segunda parte del libro se lee:

En la página 48 de la segunda parte del libro se lee:

En la página 58 de la segunda parte del libro se lee:

[Nota que le escribí y mandé a mi padre después de leer su libro – le interesaba conocer mi opinión sobre sus escritos, cuando se publicaban, no porque ella tuviera particular interés en sí, sino porque eran cada vez más escasas las reacciones en la prensa después de cada publicación.

Copio aquí mi carta de entonces (desde París donde vivo) a mi padre:

«Axiomas», como escribe usted en la nota de prefacio.

Lo que confirma una sospecha: su fascinación (contrariada) por las matemáticas, lo numérico, algébrico, geométrico – pero todo detrás de la máscara de las palabras y de los sonidos.

Todo es número para usted – por muy «satánicos» que sean los números en su opinión; la versificación es como su ábaco chino.

Por lo demás lo cuantitativo lo atrae, como aparece en su modo de contar la cantidad exacta de versos que escribe al día, a la semana, al mes, en un afán estadístico y computativo casi obsesivo.

El orden de los versos, de los ritmos y rimas corresponde quizás a un deseo de conformarse a algo divino en el sentido clásico: el orden de la creación – es decir, según su famosa fórmula, la ambición de ser como Dios al fabricar ese orden; sus poemas son axiomas – y quizás pretendan ser tan precisos como artículos de leyes de los diversos códigos jurídicos.

Son objetos acabados, cerrados comme cajitas «à secret», mecanismos curiosos – frecuentemente estàn rayados o con saltaduras o defectos de fabricación voluntarios, que es como la firma, certificado de autenticidad, ADN defectuoso.

Están los poemas ordenados en su tamaño idéntico de fichas de 6 versos en un enorme kardex. Como un fichero gigante que se refiere a una realidad desaparecida – es decir que las fichas de este kardex, en vez de dirigir al dossier o al libro de la biblioteca, no llevan a esos archivos desaparecidos, sino que son el único rastro que permanece del archivo esfumado – la carne de lo narrado se esfumó y su único rastro es su mención en el catálogo (el poema, referencia).

Sus libros son esos índices hipertrofiados que dirigen a páginas desaparecidas.

Muchos textos parecen construidos alrededor de una palabra gruesa, sonora, carnuda, salivosa – los versos parecen aglomerarse, pegarse «con escupo» alrededor , colarse naturalmente para formar cuerpo con esa palabra prepotente, muy seguido emparejada con otra palabra soberbia que es su rival crepitante, estrepitosa: «gerontes» (35) que responde a «ovejería» – en una correspondencia lanosa, blancuzca; las «parrillas de hondura» (39) que responde a «perseverantes»; «contrafuertes cordilleranos» (63) y su correspondiente «provechos»; «lenguas corpulentas» y «abjuraciones» (75); «pelambrera» (80); «espeluncas» (90); «salpullidos» con su mellizo «peleles» (114); «rastrojos» y «nirvanas» (II;4) ; «cariátide barbuda» que responde a «homo faber» (II.48).

Otros textos no parecen aglomerarse a esas palabras gruesas, sino que su « gracia » consiste en una asperidad, una extrañez que pica, un detalle que molesta como una astilla bajo una uña;  o la molestia de una uña trizada que atrapa fibras de lana. Por ejemplo, el notable texto «empequeñeciendo hasta que cupo» (9); la elegancia que «se mancha con damasco» (33); los lapices de mina «que al escribir se quieban, y van a dar a osarios» (43); la cuchara con bisagra, mano manca (57); el cabello cañería (79).

Lo grueso – el detalle que raspa – o por fin el desaparecimiento total.

Ese sería un camino frecuente en sus textos, una progresión que es lo contrario del progreso, un decrescendo (o «fade-out» en inglés). Por ejemplo, la lectura de textos como el de la p. 89 es como ver de paso una vignette que se esfuma apenas aparece, como si fuera dicho en una sola respiración jadeante y asmática. Esto ocurre también por el efecto del «anticlimax» (o «bathos») – es decir esa forma de acabar en cola de pescado, de achicar lo grandioso a modo de escarnio y caricatura (el cuento del cerro y la laucha, «Parturient montes, nascetur ridiculus mus»). Por ejemplo, pág. 63.

Un detalle curioso – debido al facsimile del texto manuscrito: en la página 44 leí «la perrona a quien quería» – y le confesaré que prefiero el texto (con ese grosero femenino de perro) al real con la palabra «persona».

El carácter de los textos que prefiero comporta un mezcla de extrañez, de sequedad, de geometría extravagante — mezcla que produce algo «poignant» (a la vez punzante y emocionante), muy difícil de definir o de situar, pues es una sensación demasiado fugaz, discreta, inasible en modo deliberado: no se encuentra en una frase precisa o en una proximidad de palabras, sino en el «corto circuito» que produce el conjunto total de los 6 versos de una página; hay algo en el «hilo eléctrico» de las letras que está deshilachado, que conduce electricidad a travez un cable de cobre que se desnuda de repente con una crudez que da la corriente (imagen absurda: es un intento de explicar la dificultad de describir el efecto o la intensidad de sus textos).

Mis textos preferidos son:

Primera parte: 9, 33, 40, 43,57, 58, 59, 63, 68, 70, 79, 85, 86, 90, 92, 93, 94, 110, 114, 117

Segunda parte: 5, 48, 58

(en letra gruesa puse los 14 que me parcen óptimos)]